sábado, 31 de julio de 2010

"LA GRAN CONFABULACION"





La América situada al sur del río Grande, dividida exprofeso como fundamento de una política de opresión declarada y filosóficamente condicionada a los embates azarosos de los extremismos, se debate en estos agonizantes últimos años del siglo XX y comienzos del XXI, en el intento de superar el collar agobiante del agudo problema del subdesarrollo.



Así, le ha sido impuesto a la débil e hipócrita clase dirigente, gobiernos de fuerza alternativos, con el solo objetivo de una respuesta coherente a los intereses manipulados en el vértice de la pirámide ortodoxa del poder de turno.



Su estereotipada función está signada a resguardar una línea política que impida el surgimiento de corrientes independientes del centro internacional del poder, con asentamientos en ideales nacionales de desarrollo, que posibiliten el fortalecimiento de una estructura homogénea del pensamiento centro-suramericano, traicionado por los imbéciles doctos, esquizofrénicos y clasistas, intelectualmente vacuos.



Los pueblos han llegado a su máximo grado de asistencia a regímenes que han adormecido el tenue despertar de su comienzo emancipador y los agudos problemas que deben sobrellevar para redimir sus anhelados derechos a la afirmación de sus culturas y a una digna existencia, los ha hecho reverdecer en sus fundamentos endógenos para reclamar el espacio intelectual que ha de dar lugar a la centro-suramérica unida.



Los hombres de estas américas saben que en el ejercicio total de la libertad y la justicia, se encuentra la savia que alimentará el motor de su lucha y será el antídoto genuino contra la ingerencia exógena y sus complacientes traidores de adentro, estúpidos admiradores de la cultura criminal déspota y opa de la europa milenaria.



Cada pueblo en su seno deberá materializar los recursos autóctonos dirigidos a cohesionar una problemática nacional, para luego proyectarla hacia quienes reconozca como hermanos de raza y lengua.



Esos haces de buenas intenciones deben conformar un centro lumínico que los proteja por igual, frente a la agresión subalterna del interés de un polo sobre el otro.



Una unidad monolítica en la defensa de las necesidades comunes al hombre centro-suramericano, será la verdadera y férrea valla que deberá superar quien o quienes pretendan hacer de nuestros pueblos la base del sacrificio, para atemperar sus circunstanciales problemas internos y sus permanentes intereses materialistas.



Nuestra fuerza debe estar dirigida a exigir una consideración igualitaria en el concepto universal del hombre como criatura humana.



No debemos consentir la desnaturakización del concepto de los derechos humanos, en aquellos dogmas que involucran sectarias categorías para calificar al hombre.



Nuestra lucha no es contra nadie, sino que se debe desarrollar en nosotros mismos.



Debemos aprender a conocernos profundamente y a meditar sobre nuestras posibilidades y limitaciones para luego ejercer el don de la gratitud y de la ofrenda al desvalido y al necesitado.



Debemos practicar la solidaridad centro-suramericana. De allí en más, sabremos quienes somos y que debemos hacer por nosotros y por nuestros hermanos.



No tenemos el derecho de pedir si antes, no evaluamos nuestra fuerza de crear para sí y para otros.



Los centro-americanos no somos menos que nadie y podemos demostrarlo al mundo; sólo debemos proponérnoslo.



Poseemos intrínsecamente la fuerza individual y el espíritu indomable.



Somos hijos de culturas autóctonas ricas, cuya sabiduría filosófica sabe ser distinguida en un calificado y prevalente orden en el concierto del planeta.



Nos distinguimos por servir a nuestras necesidades sin ejercer el despojo y el avallasamiento.



Tenemos intacta nuestra moral. Nunca fuimos intérpretes de acciones contra otro pueblo y cuando formamos ejércitos lo hicimos guiados por la evangélica misión de liberar pueblos hermanos del yugo foráneo invasor; españoles e ingleses inclinaron su cerviz, huyeron abandonando sus símbolos patrios y declinaron su honor ante la bravura de nuestros hombres.



Nuestra permanente lucha estuvo, está y estará dirigida a la afirmación de la libertad y la justicia.



Somos concientes de ello y no claudicaremos.



Serán, sin duda, enjuiciadas nuestras actitudes nacionales por los colonialistas de siempre, como respondiendo a intereses reñidos con los patrones impuestos por una seuda integración al área preeminente del mundo.



No nos debe inquietar ni atemorizar quedar aparentemente desprotegidos de cualquier supuesto poder.



Somos individual y colectivamente pueblos libres, adultos, que obedecemos únicamente a la pertenencia de nuestras tierras y a nuestras raíces.



Sí, podemos ser, un conjunto de naciones hermanas que anhelamos forjar un espacio geográfico autónomo y autárquico en el que podamos desarrollar plenamente nuestras energías, conciliar nuestras inquietudes y posibilitar la convivencia fructífera de nuestras generaciones.



Tenemos el derecho inalienable de decidir el marco en el que se desarrollará el germen que dará a luz a ciudadanos universales nutridos de los condimentos naturales de sus proficuos terruños.



Debemos desandar el camino equivocado que conduce al cumplimiento de pautas ajenas al pensamiento autóctono, ir a la autodeterminación, al sentimiento centro-suramericano y al conjunto de virtudes que hacen a la defensa de nuestras esencias.



Todos y cada uno, somos maestros y alumnos al mismo tiempo de nuestras necesidades intelectuales y materiales, razón que obliga a nuestras inteligencias a aprender y a nuestra gratitud, a enseñar.



Ayudemos si pretendemos ser ayudados. La abundancia no es el fiel ideal para informar la balanza de la justicia.



Hay un designio para cada pueblo y un espacio justo para todos los tiempos. La unión hace la fuerza, el egoísmo la desnaturaliza.



Unamos nuestras voluntades pueblos de centro-surámerica, bajo el río Grande.



Seamos libres. Tratemos de ser justos.



Afirmemos nuestras culturas y protejamos la educación, alimento del espíritu y fuente de luz para consolidar nuestros principios fundamentales, en esencia superadores de los estatuídos en los pueblos del hemisferio boreal, cuya mácula sangrienta difícilmente la humanidad podrá olvidar.



Busquemos la libertad interior y proyectémosla a nuestros conciudadanos y al mundo.



Alejemos de nuestros espíritus el temor a la opresión y a la mano que la guía.



Nuestros hermanos soldados que han elegido el honor de honrar las armas en defensa de la soberanía y de la libertad, de la libertad de decidir nuestros propios destinos y el destino de centro-suramérica, deben embuirse de la savia generosa de nuestros antepasados que solo blandearon sus sables en defensa del ataque de la ignominiosa turba invasora, que quiso subyugar a nuestros pueblos, amparados en el poder aniquilante de la ventaja bélica.



El soldado invasor, llámese como se llame y teñido de cualquier color, debe saber que, los pueblos al sur del río Grande no son débiles ni mansos, cuando se intenta menoscabar su honor y su libertad.



Esa escoria, vil y despreciable, irreconocible y ajena al género humano debe saber que, los soldados de estos pueblos que han jurado defender con lealtad y con sus vidas la soberanía están prontos a ello y, que todos los hijos de estas tierras, con armas o sin ellas, harán lo propio.



Todos los pueblos de la orbe deben oir el tañir de la música vibrante e inconfundible de nuestros pueblos indicando su existencia vivencial.



No debemos olvidar nuestra obligación de hacernos escuchar y oir en todos los foros y tribunas del mundo, adictas o no, las verdades de nuestros principios, la fuerza de nuestras convicciones, la lealtad de nuestros sentimientos por la justicia y la inalienable conducta de raza por los verdaderos e inconculcables derechos humanos.



Solo si obramos valientemente fronteras adentro, al unísono de una conducta política que represente las verdaderas necesidades de nuestros pueblos hermanos centro-suramericanos, podremos forjar una comunidad decidida a enfrentar la insaciable voracidad de quienes subestimándonos pretenden usufructuar el producto del sacrificio de nuestros pueblos.



Nuestro destino está y estará indisolublemente ligado a lo que nosotros podamos realizar, con el aporte de nuestra voluntad y nuestra inteligencia, soberana e independiente en libertad.



Los argentinos ofrecemos a nuestros hermanos el pedazo de historia que quedó grabado en la letra de nuestro canto a la bravura y la valentía de nuestros hombres, expresado en los versos de nuestro Himno Nacional.



"Se levanta a la faz de la tierra, una nueva y gloriosa Nación, coronada su sien de laureles y a sus plantas rendido un león".

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