sábado, 24 de julio de 2010

“HACER LA AMERICA”


INTRODUCCION


Caía la tarde y comenzaba la diosa Aurora, de los dedos dorados, a cerrar la puerta del Oriente.

Los rayos solares se apretujaban nerviosos, tiñendo de rojizo el atardecer, en un desesperado esfuerzo por no desfallecer totalmente.

El vapor de la calurosa tierra, se alzaba humidificando el ambiente selvático, dando al lugar su característico clima tropical.

El silencio se apoderaba lenta y progresivamente del constante rumor que da la vida a la agresiva presencia de los habituales habitantes de la agreste naturaleza.

En un recodo del camino, cortado abruptamente por las aguas torrentosas de un cristalino arroyo, cuyo raudo caudal demostraba su nacimiento en las alturas rocosas, donde el curso del poderoso río se desmadraba conformando la lujuriosa estampa de una formidable caída esparcida en espectacular catarata, se alza enhiesto, en orgullosa actitud, el nudoso cuerpo de múltiples ramificaciones de un añoso árbol, que muestra sentencioso las innumerables heridas que el transcurso del tiempo ha plasmado en su rugosa corteza.

Como emblema sobresaliente de la razón genética de la naturaleza, dador de vida desde sus profundas raíces, que se proyectan y desarrollan conformando infinitud de brazos en busca del amparo del cielo y éstos a su vez, floreciendo y frutando en una generosa disposición recreativa e impulsando el ciclo que proveerá a la tierra de los elementos nutriente para la consecución de los designios de la Naturaleza.

A él, se aferraba con todas sus fuerzas, una vital serpiente de imponente presencia, esculpida su piel de hermosos anillos de múltiples colores que, a veces, en oportunidad de probables riesgos mutaba, simulando el vestido exterior del árbol, congeniando un todo de confusión para el circunstancial enemigo.

No obstante, su sensación de bienestar ya que su enrosque obedecía a la natural práctica de su especie, en beneficio de una sana digestión, luego de la ingesta preciada, la coronaba el festejo del sonoro rumor cascabelero y el sutil y armonioso silbateo de su sistema de lengüeta bifurca.

Esta repetida escena de la siempre atrevida y enigmática vida de la selva fue advertida por el aparente más débil habitante de la tierra, a quien todos lo sindican como el más orgulloso, dada su engañosa conformación genética; se asemeja a un balón inflado al máximo, de grandes y desorbitados ojos y de traseras fuertes patas que lo lanzan a distancia en una simple y nerviosa acción muscular.

En su alegría croa, dando rienda suelta a sus reservas aerófagas y sus virtudes genéticas le permiten acceder a operaciones terrenas y acuáticas indistintamente.
Su aparente debilidad no es tal y se manifiesta en toda su magnitud en el momento preciso que su integridad puede ser afectada por la agresividad de otros componentes de su género, expeliendo mortificante líquido ácido arrabiante.

El sapo, en un arranque histérico de una inusual bonhomía, dirigiéndose a la serpiente, jocosamente le espetó: amiga serpiente, te felicito por tu buen gusto, al haber elegido el mejor árbol, de la más frondosa sombra y a la vera del más fresco torrente de la región, para reposar digestando la presa elegida.

Incomodada en su letargo, la serpiente respondió: lustroso sapo, llegas inflado, no sé si de aire o de orgullo, a perturbar mi digesta, a sabiendas de que por tal motivo, no corre riesgo tu inútil existencia. Te ruego te alejes, de la misma forma en que has llegado, a los saltos, y me dejes disfrutar de este momento grato de mi vida. El árbol se ha prestado amablemente a sostenerme en su derredor y no es mi deseo molestarlo con movimientos de enrosque y desenrosque probables ante tu atrevimiento.

Conmovido por la imprevista reacción de la sierpe, el sapo quiso calmar su enojo y suelto de inspiración le dijo: querida serpiente, muy lejos de mí la intención de perturbarte. Simplemente, hice uso de un chascarrillo eximido de sorna, para mostrarte un acercamiento amistoso, pero, desgraciadamente, debo aceptar que tu trascendencia bíblica ha hecho fondo en tu espíritu y no ha desaparecido totalmente en la orgullosa estirpe de tu especie.

Te aclaro además, que no viajo inflado por orgulloso sino como resultado de un efecto genético propio que tu incognoscencia no te permite reconocer. Y que, por otra parte, tengo la enorme ventaja de poder saltar, no como tú que estás obligado a reptar.

El atrevimiento mordaz del sapo volvió a sacudir la modorra serpientina y herida en su superior esencia, ácidamente le lanzó: insulso croador, verdoso globo lustroso, tu atrevida difamación al llamarme muy elegantemente ignorante, al mismo tiempo de rastrero, me inhibe de generar contemplaciones que pudieran aceptar de ahora en más la justificación de tus dichos, que tú disfrazas de chascarrillos.

Te pido sigas tu camino y hago votos para que tus te alejen lo suficiente de mí, hasta el momento en que la digestión esté cumplida. Igualmente, ten la precaución y no olvides, en tu andar, de mirar cada tanto a tu retaguardia, para no ser sorprendido por este rastrero.

El sapo precaviendo una mayor desinteligencia, trató de persuadir a la sierpe, filosofando: noble serpiente, me asombra profundamente tu intemperancia que, lejos de responder a la más pura esencia del reino animal, mucho se asemeja a la desmesurada competencia del género humano.

El celo por las palabras y la guarda de una posición privilegiada para el goce material, lleva implícito la práctica odiosa, irresponsable y negativa de las clases que el mundo de los hombres ha establecido implacablemente en su obligada relación.

Tu, te abusas de la generosa disposición del árbol para hacer uso de su tronco, como yo lo hago del manso camalote, en el que me acuno y navego en la dulce calma del arroyo protector.

Agradece tú, al igual que yo, la ingeniosa creatividad de la Naturaleza que sabiamente nos nutre de todos los elementos que posibilita nuestra existencia.

A todo esto, el expectante árbol, conmovido por la riesgosa senda por la que se deslizaba lo que en principio apuntaba ser un ameno coloquio, dirigiéndose a ambos, en su paternal sentido de la superior naturaleza, les dice: ¡vosotros sois, grandes y pequeños hijos de la Naturaleza! … que les ha dado a cada uno bondades y defectos, de forma tal que uno y otro respete las leyes del equilibrio, para que la vida continúe ininterrumpidamente en función de su sabia preponderancia.

Un momento habrá que u otro deba resignar su existencia en beneficio de ese ciclo natural que dá razón a su creador, por lo que en esta circunstancia les pido no se agredan más, hagan las paces y continúe cada uno en su común quehacer.

La serpiente rápidamente contestó: comparto totalmente noble árbol tus inteligentes reflexiones y como prueba de mi arrepentimiento le pido disculpas al sapo y acepto su calificación de chascarrillos a sus propios dichos.

El sapo, henchido e hinchado, complacido por la excelsa distinción del árbol, globosamente dice: ¡gentil árbol! … al igual que la serpiente, acuerdo con tu postura y me rindo a su reconocimiento amistoso.

En el momento preciso en que el sapo concluía de recitar su espléndida y generosa aceptación de disculpas, la serpiente descolgó su poderosa cabeza, abrió voluptuosamente su enorme boca y de un solo y sorpresivo golpe se tragó al sapo, siguiendo sin inmutarse su pesado aletargamiento.

El árbol ingenuamente sorprendido, intentó articular palabras de reproche por la traicionera actitud de la serpiente, pero ésta, con ademán cancino y extraordinaria fiereza, le espetó: ¡Nada digas, noble árbol! … porque acabas de ser testigo del cumplimiento de tu inexorable aserto de que, “… un momento habrá en que uno u otro deba resignar su existencia en beneficio de ese ciclo natural que dá razón al creador”. Yo, hice honor a tu axioma. ¡Loado sea El!

El sapo en su agonía discurrió: razón tenía el señor José Ortega y Gasset cuando dijo: “La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana”

COROLARIO. La realidad y la fábula cohabitan el mismo escalón de una escalera que termina en el descanso de la traición y ésta ha sido la consecuente regla que ha conducido al posterior accionar de los hombres conquistadores, después de la más maravillosa y epopéyica obra del Almirante Ligur, descubridor de América.

Otro sí: En ocho capítulos siguientes a este introito, va el intento de un pretencioso esbozo de ensayo, en plasmar un pensamiento suramericano, como reflejo y sustento del análisis de una desgraciada etapa en la historia universal.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario